Sevilla es una de las joyas del turismo español, dueña de una historia milenaria y poseedora de mil secretos a la espera de ser descubiertos por el ojo admirado del visitante. Nadie mejor para ello que una empresa Visitours Excursiones, especializada en los misterios ancestrales de la ciudad. No obstante, el viajero experto puede recorrer sus calles de manera autónoma y disfrutar a su aire del encanto árabe de la capital andaluza, aunque nunca conviene perderse ciertos hitos obligados en el camino y que, por sí mismos, ya justifican la visita a estas tierras bañadas por el Guadalquivir.
En primer lugar, como no puede ser de otra manera, está la catedral de Sevilla, rematada por una torre que, en realidad, es el alminar de la antigua mezquita de la ciudad árabe: la Giralda. Construida en ladrillo en el siglo XII, obra del arquitecto Alí de Gomara, la Giralda es el emblema de Sevilla. Cuatro siglos después, la Giralda sería rematada con el campanario, los templetes decrecientes y el Giraldillo: una estatua de bronce de casi tres metros y medio de altura que corona la edificación y que cumple las veces de veleta. La visita, cuya entrada general cuesta 8 euros –a excepción de los lunes, que es gratuita-, da acceso a la subida a la torre mediante rampas, lo que permite alcanzar unas impresionantes vistas de toda la capital andaluza y, además, justo al lado, del Patio de los Naranjos, un espacio ajardinado, herencia también de la mezquita, construido con un estilo arquitectónico almohade con pila visigótica, que era donde antiguamente los fieles musulmanes realizaban las abluciones. Como se ha visto, la catedral se erige en el mismo emplazamiento donde se encontraba la Gran Mezquita de Sevilla, que sería convertida en tempo cristiano tras la conquista de la región por el rey Fernando III de Castilla en el año 1248. De planta rectangular y estilo gótico, la Catedral posee cinco naves, y su entrada se encuentra en la Plaza de la Virgen de los Reyes. Incluye en su recinto, además de la Giralda y el Patio de los naranjos, la sala capitular construida en el Renacimiento y la sacristía mayor de estilo plateresco, así como otras anexiones de siglos más recientes. Cabe destacar que los restos mortales de Cristóbal Colón se encuentran custodiados en el templo.
En el entorno de la catedral, el visitante puede acercarse a los Reales Alcázares, otro escenario estrechamente conectado con las historia de España puesto que fue el lugar donde contrajeron nupcias el rey Carlos V con Isabel de Portugal. El Alcázar es todavía más antiguo que la Catedral. En concreto, dos centurias anterior en su primera fase, ya que se trata de un conjunto de edificios palaciegos circundados por una muralla. A lo largo de su arquitectura mutante, se puede apreciar la evolución misma de la arquitectura en España. El estilo islámico de sus constructores originales convive con el mudéjar y el gótico desarrollado tras la conquista de Fernando III de Castilla, así como con el renacentista y el barroco que les sucedieron en el tiempo, impuesto por añadiduras posteriores o por la necesidad de emprender restauraciones en alguna de sus partes. Sería Pedro I El Cruel, rey de Castilla, quien reedificase el alcázar almohade para transformarlo en residencia real. Su interior se vertebra a través de dos patios: el Patio de las doncellas, destinado a la vida política oficial, y el Patio de las Muñecas, consagrado a la vida privada de sus habitantes. Entre sus estancias destaca el Salón de los Embajadores, que goza de hermosos trabajos en yeso y azulejo. En la planta superior del Alcázar, a la que se accede por medio de una escalera del siglo XVI, sobresalen los ricos tapices y los muebles que decoran sus habitaciones. Los jardines del Alcázar proponen otro de esos ‘must see’ sevillanos. Su superficie de 60.000 metros cuadrados alberga alrededor de 170 especies vegetales. Poseen diferentes denominaciones -el de Crucero, el Inglés, el de los Poetas, el del Marques de Vega-Inclán,…- que bien sirven para trazar una ruta histórica y botánica a través de los siglos, con la ayuda de enclaves como la Galería de Grutescos, un auténtico mirador situado sobre los jardines. La entrada general a los Reales Alcázares de Sevilla es de 9,5 euros de precio.
Gratuitos en cambio son los populares jardines de María Luisa, conocidos bajo este nombre porque fue la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón, Duquesa de Montpellier, quien los donase a la ciudad en 1893. La vegetación exuberante ornamenta las largas avenidas que recorren la planta trapezoidal de los jardines. El entramado de caminos y paseos se entrecruza con fuentes y estatuas donde son parada obligatoria las glorietas de Gustavo Adolfo Bécquer, la de los Hermanos Quintero y la de la propia Infanta María Luisa. Las fuentes de los leones y de las ranas son algunos de los puntos más visitados del lugar, así como los estanques de los lotos y de los patos.
Junto a la plaza de toros de La Maestranza, en el margen izquierdo del Guadalquivir, se encuentra otro de los monumentos más famosos de Sevilla, la Torre del Oro. Se trata de una torre de planta dodecagonal y formada por tres cuerpos, El primero de ellos es almohade, del siglo XIII, encargado por el gobernador Abù l-Ulà. El segundo, más reciente, es fruto de un mandato de Pedro I El Cruel, en el siglo XVI, mientras que el tercero, cilíndrico y rematado por una cúpula, es obra del ingeniero militar Sebastián Van der Borcht, quien lo construye en 1760. Si bien la leyenda popular atribuye su nombre a los reflejos dorados que la estructura proyectaba sobre el río Guadalquivir, la teoría histórica más aceptada encauza esta etimología hacia el uso de la fortificación entre los navegantes como reserva segura para el oro traído de las Américas.