El hecho de disfrazarnos, usando como excusa las fechas claves a lo largo del año, en realidad es un reflejo de nuestra necesidad de escapar de las normas sociales, ser quienes nos sentimos realmente o es un motivo para resaltar aquello que nos gustaría resaltar más de nuestro día a día. Tal fácil como elegir quién vas a ser durante, al menos, unas horas.
Puede que precisamente por eso nos guste disfrazarnos desde niños, porque nuestro atuendo refleja cómo podemos sentirnos sin las limitaciones diarias. Así que, aunque pensemos que la elección es un acto aleatorio e inocente, existen explicaciones psicológicas que pueden ayudarnos a entender por qué nos gusta tanto, o no, disfrazarnos también en la edad adulta.
¿Por qué nos disfrazamos?
A pesar de las diferentes formas de celebración que suceden a lo largo del mundo, el Carnaval tiene una característica común en todos ellos y es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol. Su origen se sitúa en las fiestas paganas que se celebraban en honor a Baco, el dios romano del caos, la fiesta y el vino, las saturnales y las lupercales romanas. El pudor que le otorgó la religión lo convirtió en un desfile de disfraces y máscaras, que es lo más parecido a lo que ha perdurado hasta nuestros días.
Hoy en día vivimos estos días de fiesta como la oportunidad de relajarnos y pasárnoslo bien, salir de la rutina y liberar tensiones. El que nos guste disfrazarnos o no está relacionado con dos factores: los valores culturales y los comportamientos aprendidos. Normalmente, cuando nos disfrazamos nos sentimos partícipes de un contexto de juego, donde podemos llevar a cabo una serie de comportamientos más desinhibidos sin que se nos juzgue por ello. Jugamos, el resto nos sigue el juego y viceversa.
Sin embargo, no a todos les gusta. El rechazo a disfrazarse es un comportamiento aprendido que tiene que ver con nuestras experiencias previas y con nuestro entorno. Posiblemente tienen un sentido del ridículo demasiado alto o sienten que es su forma de revelarse contra esta tradición social.
Y es que en definitiva los disfraces son elementos de comunicación. Dicen algo de nosotros a los demás y provocan una respuesta en ellos. Son una herramienta de conexión social y de expresión, incluso una forma de explorar aquello que no eres de manera segura.
Según los expertos de Disfrazarteshop, la elección del disfraz está muy condicionada por la cultura popular y la moda de cada momento. Los estrenos de cine, las series más populares, los famosos, suelen convertirse en la inspiración para los disfraces de cada año. Incluso la popularidad de estas prendas es una forma de medir la influencia de todos estos factores en la sociedad.
Mientras que nos tomemos esta costumbre como algo que nos ayuda a divertirnos y a desconectar de la realidad, en una determinada celebración, siempre es bueno. El problema comienza cuando alguien empieza a sentir la necesidad de disfrazarse con mucha frecuencia y de manera compulsiva, lo que hace que traspase cierto límite y que pueda volverse perjudicial para su salud. Pretender ser alguien que no se es, poniendo en peligro la autenticidad y la propia esencia es un problema, al que podemos llegar incluso sin la necesidad de llevar un disfraz muy elaborado. Mucha gente en su día a día siente que tiene que llevar una máscara que le imposibilita ser tal cual es, ya sea porque no se siente aceptado o porque cree que no encajaría de otra forma.
Qué dice tu disfraz de ti
Para averiguar qué dice un disfraz de quien lo lleva podemos leer las clasificaciones que se han hecho en función de lo que trasmiten.
Los disfraces de animales tienen su propia simbología, ya que a cada animal se le atribuyen unos atributos. Son disfraces que dan mucho juego si se va a llevar en grupo. Por ejemplo, el león es el “rey de la selva” por lo que simboliza el poder.
De famosos: se trata de personajes a los que por una u otra razón queremos imitar, normalmente por sus cualidades o porque los tengamos idealizados.
De superhéroes: suelen ser elegidos por personas que personalidad de salvadores, aunque no exentos de ego y vanidad. Suelen elegirlos también personas con buen físico, ya que les permite lucirse.
Histórico o de época, político: se relaciona con el sueño de poder, el poder en sí mismo y la grandeza que cada uno posee. Describe una parte autoritaria que podemos llevar dentro, pero que no solemos permitirnos mostrar.
Quien elige un disfraz infantil quiere volver a encontrarse con el niño que fue y ha dejado de ser. El en caso de personas muy extrovertidas, su uso les permite serlo aún mucho más, llegando a rozar la personalidad histriónica.
El sexy: quien se decanta por esto disfraces quiere mostrar una parte más pícara, que normalmente está oculta en su día a día.
Disfrazarse del sexo opuesto nos brinda la oportunidad de fantasear con actitudes que no solemos tener, experimentando comportamientos que pueden estar reprendidos en el desarrollo típico de nuestro día. Es curioso que sean muchos más los hombres que se disfrazan de mujer que al contrario. El carnaval hace posible que exploren su feminidad sin sentirse juzgados ni reprendidos socialmente.
El uso de máscaras tiene que ver con la necesidad de esconder el interior, permitiéndonos actuar desde la clandestinidad y el anonimato, lo que nos libera del juicio que puedan ejercer sobre nosotros las personas que nos puedan conocer.
Muchas veces no hace falta que sea carnaval para que llevemos una máscara puesta, hay quien la usa todos los días. Nuestra máscara cotidiana es un disfraz invisible que nos permite interpretar un rol para desenvolvernos en el mundo social: en el trabajo, con nuestros amigos, con nuestra familia. Ser auténtico siempre es un trabajo personal duro pero reconfortante a la vez, que solo los verdaderos superhéroes son capaces de alcanzar a lo largo de su vida.