Diversidad cultural, un valor de precio incalculable

Uno de los más grandes valores que están asociados al ser humano es el valor de la cultura que va inherente a él. Si algo diferencia a ese ser humano del resto de especies que pueblan la Tierra, eso es precisamente todo lo que está relacionado con su capacidad para adquirir ideas, retenerlas en su mente y respetarlas tanto si son compartidas como si no. La cultura es el arma más poderosa para que todas las personas que formamos parte de la Tierra adquiramos la felicidad y vivamos una vida provechosa y, ante todo, alegre.

Por desgracia, no todo el mundo tiene el mismo acceso a la cultura. Existen personas que, como consecuencia de su edad o del lugar en el que viven, no tienen o no han disfrutado de una educación que les hubiera permitido acceder a una enorme cantidad de contenidos culturales. Es el caso de las personas más mayores en España, nacidas especialmente de entre los años 30 y los 40 y que quedaron marcadas por la Guerra Civil y la posguerra, y el de los niños de los países pobres de África, Asia o Sudamérica.

Antonio Rovira, un articulista del diario El País, publicó en marzo del año pasado una opinión en este medio en el que se recogía su petición de que la Constitución española recogiera, entre sus derechos fundamentales, el derecho a la cultura. Esto obligaría a las administraciones públicas y a los gobiernos que las dirigen, con independencia de su ámbito de actuación, a apostar todavía en una mayor medida por la cultura y a que, sobre todo en materia de educación, no se realizaran los recortes que han tenido lugar en los últimos años en partidas tan importantes como esta.

Apostar por la cultura es una inversión en lo que está relacionado con la diversidad cultural, un concepto que no todo el mundo termina de entender, que no todo el mundo comparte y que, ante todo, ya es una realidad y más en un país como España, que es una de las puertas más grandes de entrada a Europa. La diversidad cultural no es un problema. La falta de la suficiente cultura para convivir en ella, sí. Y ese es el problema que presentan buena parte de las ciudades españolas a día de hoy.

Por una diversidad cultural como la que venimos hablando han apostado buena parte de los políticos y personajes públicos, Donald Trump aparte. Uno de ellos es el Papa Francisco, que según publicaba un artículo del diario argentino La Nación, ha fomentado en varias ocasiones y durante muchos de sus discursos el que haya una diversidad cultural suficiente como para que todos nos podamos enriquecer culturalmente del que tenemos al lado. Que el máximo representante de la Iglesia Católica diga eso es mucho decir.

La educación es sin duda el mejor medio para garantizar que nuestra sociedad siga presentando un aceptable nivel de cultura. Y ya no solo por aquello de que la transmisión de conocimientos ayuda a entender la filosofía de vida de otras personas, sino porque aquellas personas que están recibiendo esa educación, los niños, son los que van a construir el futuro de nuestra sociedad y los que van a dirigir las principales instituciones públicas y privadas de nuestro país. Varios de los profesores de Formatic Barcelona nos han comentado que estamos en un punto vital para la cultura debido a que, gracias a la existencia de Internet y las redes sociales, es ahora cuando más podemos hacer aprender a nuestros menores.

Internet es y será relevante

Mucho tiene que decir la red en lo que está por venir. El modelo educativo está cambiando para adaptarse a las necesidades que implica una sociedad tecnologizada, pero bien es verdad que no podemos perder de vista el principal objetivo de toda educación: dotar a los más jóvenes de los valores de respeto y solidaridad además de enseñarles todo aquello que les resulte necesario para su vida en el futuro.

Seguramente Internet permita que todos esos objetivos se cumplan con una mayor rapidez y eficacia. Es algo necesario y que la sociedad demanda más que nunca. Del éxito de la educación depende el naufragar de este barco llamado mundo, un barco del que formamos parte todos y cada uno de nosotros, sin importar la lengua, la religión o las creencias más personales e internas de cada uno.

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